La semana pasada, el mundo del baloncesto se vio envuelto en un revuelo cuando surgió un rumor viral que afirmaba que Elon Musk le había ofrecido a la estrella de la WNBA, Caitlin Clark, un asombroso contrato de patrocinio de 10 millones de dólares. La noticia, que acaparó titulares y se viralizó en las redes sociales, retrataba a Musk como una figura mecenas que se lanzaba a apoyar a la jugadora de las Indiana Fever. Tanto aficionados como críticos analizaron la historia, preguntándose si la audaz jugada del CEO de Tesla podría redefinir los patrocinios deportivos.

Clark, la joven promesa de 23 años que batió récords en su temporada de novata con 999 asistencias y un promedio de 19,2 puntos por partido, se ha convertido en una mina de oro para el marketing. Su magia en la cancha —triples de larga distancia y pases sin mirar— atrajo una audiencia récord a la WNBA, impulsando la asistencia a la liga en un 48 % en 2024. ¿Pero este supuesto acuerdo con Musk? Prometía catapultar su marca a la estratosfera, fusionando el deporte con la arrogancia de Silicon Valley.
Según las publicaciones que circulan, Musk tuiteó: «Te apoyo, Caitlin Clark», junto con la noticia de la inyección de capital de 10 millones de dólares. Se rumoreaba que los fondos impulsarían los proyectos de Clark fuera de las canchas, desde líneas de ropa hasta iniciativas de baloncesto juvenil. Un artículo falso incluso citaba a Musk elogiándola como «el futuro de la tenacidad estadounidense», vinculando su ambición con su filosofía de innovación y disrupción. Las redes sociales estallaron, y el hashtag #MuskMeetsClark fue tendencia durante horas.

Sin embargo, una vez que se aclaró la situación, los verificadores de datos de Snopes y PolitiFact desmintieron rápidamente la afirmación, calificándola de pura ficción. La historia se originó en sitios satíricos como Esspots.com en junio de 2024, y resurgió esporádicamente durante 2025 en plataformas como YouTube y Facebook. No apareció ninguna prueba del tuit de Musk, ningún comunicado de prensa de X (antes Twitter), y por supuesto, ningún cheque de 10 millones de dólares en el buzón de Clark. Se trata de un bulo persistente que se aprovecha de la conocida tendencia de Musk a protagonizar gestos que acaparan titulares.
La verdadera relación entre Musk y Clark cuenta una historia diferente. En diciembre de 2024, la criticó públicamente por hablar de “privilegio blanco” en entrevistas, sumándose a la reacción conservadora contra sus comentarios sociales. Lejos de apoyarla, su publicación en X intensificó los debates sobre la raza en el deporte femenino, provocando la ira de quienes defendían a Clark. Este contraste alimenta la ironía del rumor: Musk como un benefactor inesperado de una jugadora a la que ha criticado indirectamente.
Clark, imperturbable ante la polémica, sigue construyendo su imperio con autenticidad. Sus patrocinios reales son un auténtico quién es quién de las marcas más prestigiosas: el contrato multianual de Nike para calzado, las campañas de hidratación de Gatorade y los anuncios de seguros de State Farm. Tan solo en 2024, recaudó 11,5 millones de dólares fuera de las canchas, y se prevé que se dupliquen a 23 millones en 2025 gracias a sus colaboraciones con Wilson, H&R Block y Hy-Vee. Estas ganancias no son fruto de la casualidad; son fruto de sus 1,1 millones de seguidores en Instagram y su gran popularidad.
La etiqueta de “sugar daddy”, un estereotipo sexista dirigido a mujeres exitosas, resulta especialmente hiriente en el caso de Clark. En medio del auge de popularidad de la WNBA —impulsado por ella y estrellas como Angel Reese—, esta narrativa reduce su éxito a la necesidad de un rescate multimillonario. Los críticos argumentan que esto evoca ideas anticuadas sobre las atletas que dependen de salvadores masculinos, ignorando el hecho de que Clark se forjó a sí misma, desde sus inicios en los campos de maíz de Iowa hasta llenar estadios. Las feministas en línea se movilizaron, tuiteando #CaitlinBuiltItHerself para contrarrestar esta estrategia viral.

Este no es el primer roce de Clark con la fama inventada. Bulos anteriores la vincularon con todo tipo de cosas, desde supuestas disputas con Taylor Swift hasta traspasos fantasma en la NBA. Sin embargo, el rumor sobre Musk conecta con corrientes culturales más amplias: la enorme influencia de Musk tras las elecciones de 2024, donde sus 250 millones de dólares gastados en el PAC de Trump lo convirtieron en un blanco fácil para la polémica política. Si a eso le sumamos el papel de Clark en elevar el valor del deporte femenino a 2200 millones de dólares, tenemos un filón para generar clics.
Los expertos afirman que estos mitos persisten porque mezclan verdad con exageración. Musk sí que invierte dinero en causas sociales —un millón de dólares en obsequios para votantes en 2024 y diez millones de dólares en donaciones a comités de acción política en 2025—, pero ¿patrocinios deportivos? Eso no va con él. El entorno de Clark guarda silencio, centrándose en su preparación para la segunda temporada. Los rumores sobre una posible renovación con las Fever y sus sueños de oro olímpico mantienen la atención puesta en su juego, no en los chismes.
A medida que avanza noviembre de 2025, con los playoffs de la WNBA a la vuelta de la esquina, la trayectoria de Clark sigue en ascenso. Está asesorando a jugadoras novatas, lanzando un podcast sobre salud mental en el deporte y buscando oportunidades de inversión en ligas femeninas. ¿El espejismo de Musk? Una distracción pasajera en su ascenso. Esto pone de manifiesto cómo las mentiras virales pueden eclipsar los logros reales, especialmente para pioneras como ella.
En definitiva, Clark no necesita la fortuna ficticia de un magnate tecnológico. Su valor reside en la visión que tuvo en la cancha, que inspiró a una generación, no en las quimeras de las redes sociales. Como dijo un analista: «Caitlin es la reina de los patrocinios: las marcas la persiguen, no al revés». El fenómeno puede desvanecerse, pero ¿su legado? Ese es el verdadero punto de inflexión.