Durante más de cien años, el destino de la familia Romanov ha alimentado libros, películas y teorías conspirativas que han atravesado generaciones. La ejecución sumaria del zar Nicolás II, la zarina Alejandra y sus cinco hijos, el 17 de julio de 1918 en Ekaterimburgo, siempre ha estado rodeada de incertidumbre.
Las historias de supervivencia, especialmente la de la Gran Duquesa Anastasia, se han convertido en leyendas populares. Sin embargo, un nuevo estudio genético publicado esta semana ha desmentido definitivamente cualquier esperanza de milagro. Los resultados son concluyentes: ningún miembro de la familia imperial rusa sobrevivió.

Científicos de la Universidad de Innsbruck en Austria y del Instituto de Medicina Forense de Moscú trabajaron juntos durante tres años en un proyecto que analizó más de 300 fragmentos de huesos encontrados en dos tumbas separadas en el bosque de Koptyaki.
Utilizando las técnicas más avanzadas de secuenciación de ADN mitocondrial y nuclear, los investigadores compararon el material genético con muestras de parientes vivos del linaje Romanov y de la reina Victoria, abuela de Alejandra.
El veredicto fue despiadado: los once cuerpos —los cinco miembros de la familia imperial, el médico de la corte, la camarera y tres sirvientes— pertenecían precisamente a las víctimas de aquella fatídica noche.

Lo que hace aún más desolador el descubrimiento es la confirmación científica de la extrema brutalidad del asesinato. Los huesos muestran marcas de balas de diferentes calibres, heridas de bayoneta y claras señales de ácido sulfúrico utilizado para desfigurar los rostros y dificultar la identificación.
La datación por carbono y estroncio reveló que los cuerpos fueron arrojados inicialmente a una mina abandonada y, días después, trasladados a una fosa poco profunda cubierta con traviesas de ferrocarril. El objetivo era borrar cualquier rastro de la dinastía que gobernó Rusia durante más de 300 años.
Entre los hallazgos más impactantes está la confirmación de que el príncipe Alexei, el heredero de 13 años que sufría de hemofilia, y una de las grandes duquesas, probablemente María, de 19 años, fueron los últimos en morir.
Los fragmentos de cráneo muestran que ambos fueron disparados a quemarropa después de que los otros ya habían caído. Los expertos creen que los asesinos, temiendo que aún estuvieran vivos, querían asegurar la extinción completa del linaje.
La crueldad fue tan extrema que incluso los perros de la familia, dos spaniels y un bulldog francés, fueron asesinados a culatas de pistola.
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La investigación también desmintió el mito de Anastasia. Durante décadas, más de treinta mujeres afirmaron ser la Gran Duquesa superviviente, siendo Anna Anderson la más famosa.
Pruebas previas ya habían refutado sus afirmaciones, pero ahora el ADN recuperado de un pequeño hueso de su pie confirma que Anastasia Nikolaevna Romanova, de 17 años, murió junto a sus hermanos. Sus restos se encontraban en la segunda tumba, descubierta en 2007, junto a los de Alexei.
La joven recibió al menos siete disparos en el torso antes de morir a causa de sus heridas.
Otro detalle macabro revelado por el estudio es que los cuerpos fueron mutilados post mortem. Les cortaron los dedos —posiblemente para extraer anillos— y les desfiguraron el rostro con ácido y golpes de fusil.
Los científicos encontraron niveles extremadamente altos de plomo en los huesos, resultado de la exposición prolongada al ácido utilizado por los bolcheviques.
La zarina Alejandra, de origen alemán, recibió varios disparos en la cabeza, y su esqueleto presenta fracturas que indican una violencia extrema. Nicolás II recibió dos disparos en el cráneo, uno de ellos a escasos centímetros de distancia.
La Iglesia Ortodoxa Rusa, que canonizó a la familia como mártires en el año 2000, siguió de cerca la investigación. El patriarca Kirill declaró que los nuevos datos refuerzan la santidad de los Romanov, víctimas de un “crimen ritualista planificado por odio antirreligioso”.
El Kremlin, a su vez, anunció que los restos serán trasladados definitivamente a la Catedral de San Pedro y San Pablo en San Petersburgo, poniendo fin al largo peregrinaje de los huesos.

Los historiadores señalan que la confirmación científica llega en un momento simbólico. Mientras la Rusia de Putin resucita elementos de su pasado imperial para legitimar su poder, la cruda realidad de la ejecución expone la violencia fundacional del régimen soviético.
El comandante del pelotón, Yakov Yurovsky, escribió en su diario que la orden de Lenin era clara: «No dejar supervivientes». El ADN convierte esas palabras en una prueba irrefutable.
Para millones de personas en todo el mundo, el final del misterio de los Romanov es agridulce. Las historias románticas de princesas que huyen en la nieve han dado paso a la realidad de adolescentes asesinadas a sangre fría.
Los juguetes encontrados junto a los cuerpos —un soldadito de plomo de Alexei y un medallón de Anastasia— son los únicos vestigios de una infancia robada. La ciencia, por fin, ha dado nombre y rostro a la tragedia.
La publicación del estudio en la revista Nature Genetics ya se considera un hito en la arqueología forense. Los métodos empleados se aplicarán a otros casos históricos, como la identificación de víctimas de dictaduras en Latinoamérica.
Pero para la humanidad, el caso Romanov sigue siendo único: el momento en que una dinastía milenaria fue exterminada en menos de veinte minutos, en un sótano húmedo de los Urales. La corona cayó, la sangre se secó y el silencio duró exactamente 107 años. Ahora, el ADN ha hablado.
Y lo que reveló es más oscuro que cualquier pesadilla.