La NFL está en crisis esta noche. Coca-Cola, patrocinador histórico del Super Bowl, canceló abruptamente su multimillonario contrato. ¿El motivo? Diferencias creativas sobre el artista principal del espectáculo del medio tiempo. Bad Bunny, la superestrella puertorriqueña, había sido anunciado como el artista. Muchos aficionados lo celebraron, pero los gigantes corporativos se opusieron.

Samsung fue la primera en retirarse. Su declaración reflejaba el orgullo nacional: el Super Bowl merece un cantante estadounidense. Coca-Cola hizo lo propio horas después. Su portavoz repitió la misma frase textualmente. Las redes sociales estallaron de reacciones. Hashtags como #AmericanHalftime se volvieron tendencia en cuestión de minutos.
En la sede de la NFL cundió el pánico. Los ejecutivos se reunieron en sesiones de emergencia. El equipo de Bad Bunny expresó su conmoción. El artista, nacido en Puerto Rico, tiene la ciudadanía estadounidense. Sin embargo, los patrocinadores plantearon el debate como una cuestión de nacionalidad versus arte. Los equipos de marketing se apresuraron a evaluar las repercusiones financieras.
Se preveía que la Super Bowl LX batiría récords de audiencia. Ya se habían firmado acuerdos de transmisión global. La participación de Bad Bunny buscaba atraer a un público más joven y diverso. Las reproducciones de música latina se dispararon en Estados Unidos. La NFL vio una oportunidad de negocio en la fusión cultural.
Pero la tradición está muy arraigada en el fútbol americano. En los espectáculos del medio tiempo, las bandas de música solían ser protagonistas. Leyendas del rock como Springsteen definieron la era moderna. Luego vinieron las divas del pop y los íconos del hip-hop. Bad Bunny representaba la siguiente evolución, o al menos eso creía la liga.
La retirada de Coca-Cola amenaza con un efecto dominó. Otros patrocinadores expresaron sus preocupaciones en conversaciones privadas. Pepsi, antiguo patrocinador del intermedio, emitió un comunicado críptico: «Respetamos todas las decisiones artísticas», pero sin comprometerse del todo. El modelo de ingresos de la NFL quedó repentinamente en entredicho.
El comisionado Roger Goodell se dirigió a la prensa a medianoche. Defendió el proceso de selección. «Elegimos artistas que reflejen la diversidad de Estados Unidos», dijo. Sin embargo, su voz carecía de convicción. Detrás de él, los empleados intercambiaban miradas preocupadas. La sala olía a café rancio y a desesperación.

Bad Bunny publicó un solo emoji en Instagram: un corazón roto. Sus fans se movilizaron al instante. Las peticiones que exigían su actuación reunieron millones de firmas. Las contra-peticiones defendían los “valores estadounidenses”. La guerra cultural había encontrado su nuevo campo de batalla.
Los índices de audiencia televisiva cuentan una historia compleja. El concierto de Usher del año pasado atrajo a 120 millones de espectadores. Bad Bunny cuenta con más de 45 millones de seguidores en Spotify a nivel mundial. La NFL analizó las cifras frenéticamente. Perder patrocinadores podría costar cientos de millones. Perder audiencia podría costar relevancia cultural.
Los equipos legales revisaron los contratos al amanecer. Las cláusulas de fuerza mayor se analizaron minuciosamente. ¿Podrían los patrocinadores rescindir sus contratos por “diferencias creativas”? Los abogados de la NFL argumentaron que no. Los abogados de Coca-Cola prepararon contrademandas. Ambas partes se prepararon legalmente para un posible enfrentamiento en los tribunales.
Mientras tanto, los almacenes de mercancía estaban repletos de artículos de Bad Bunny. Camisetas, gorras y pulseras luminosas se quedaban sin vender. La NFL consideró opciones de cambio de marca de la noche a la mañana. Los diseñadores crearon prototipos de logotipos genéricos para el medio tiempo. La frase «Por anunciar» de repente adquirió un valor millonario.
Las cadenas de televisión se enfrentaron a auténticas pesadillas de programación. Se emitieron anuncios promocionales de Bad Bunny por todo el país. Los editores trabajaron toda la noche para eliminar su imagen. Se repitieron sin cesar imágenes de artistas anteriores. El aura de misterio de la Super Bowl empezó a resquebrajarse bajo la presión corporativa.
Las Vegas, ciudad anfitriona del Super Bowl LX, observó con incredulidad. Las reservas hoteleras vinculadas al espectáculo del medio tiempo sufrieron cancelaciones. Los negocios locales habían invertido en eventos con temática puertorriqueña. Ahora se apresuraban a redirigir su programación hacia un público estadounidense genérico. El efecto dominó económico se extendió rápidamente.
Expertos de la industria musical predijeron repercusiones negativas para los artistas latinos. Los agentes de contratación reportaron reuniones canceladas. Las discográficas pausaron sus campañas de expansión comercial. Sin embargo, la próxima gira de Bad Bunny agotó las entradas en minutos. Su base de fans demostró ser más leal que los patrocinadores corporativos. La dinámica de poder cambió drásticamente.
La NFL propuso soluciones intermedias. ¿Podría Bad Bunny compartir escenario con un ícono estadounidense? Se barajaron nombres como Taylor Swift y Bruce Springsteen. El equipo de Bad Bunny rechazó de plano la idea de ser cabeza de cartel. «Él fue contratado como la estrella», declaró su representante. Las negociaciones se volvieron cada vez más tensas.

Las encuestas de opinión pública mostraban una nación dividida. Los centros urbanos apoyaban abrumadoramente a Bad Bunny. Las zonas rurales se inclinaban por la postura de los patrocinadores. Los comentaristas políticos aprovecharon el momento. Los tertulianos de la televisión por cable debatieron durante horas. El espectáculo del medio tiempo se convirtió en un referéndum sobre la identidad estadounidense.
Los presentadores de programas nocturnos lanzaron monólogos mordaces. Stephen Colbert bromeó sobre los patrocinadores que exigían tarta de manzana en el descanso. Jimmy Fallon imitó a ejecutivos debatiendo sobre la “identidad estadounidense”. Los memes en redes sociales se multiplicaron exponencialmente. La controversia logró algo inusual: unificar el humor más allá de las diferencias políticas.
La Asociación de Jugadores de la NFL emitió un comunicado en apoyo a la diversidad. Los quarterbacks estrella publicaron mensajes de inclusión en Twitter. Sin embargo, algunos jugadores veteranos se quejaban en privado. «Solo jueguen al fútbol», murmuró una fuente anónima. El vestuario reflejaba las profundas divisiones de Estados Unidos.
Los posibles reemplazos fueron evaluados en secreto. La superestrella del country Morgan Wallen se perfilaba como el favorito. Su equipo exigía control creativo. La NFL dudaba, recordando controversias pasadas. En este ambiente tan tenso, cada opción conllevaba riesgos.
Al amanecer, concluyó la reunión de emergencia. Goodell salió visiblemente exhausto. «Se ha tomado una decisión histórica», anunció. Los flashes de las cámaras no cesaban. La NFL se preparaba para revelar su decisión. El mundo del deporte entero contuvo la respiración.
El anuncio se hizo al mediodía: Bad Bunny sí actuaría. Coca-Cola dio marcha atrás tras la reacción negativa de los fans. Samsung guardó silencio. La NFL se atribuyó la victoria en defensa de la libertad artística. Entre bastidores, se hicieron concesiones económicas. Los patrocinadores obtuvieron más tiempo para sus anuncios.
El espectáculo del medio tiempo del Super Bowl LX se llevará a cabo según lo previsto. El repertorio de Bad Bunny incluye himnos bilingües. Lo acompañarán artistas invitados de diversos géneros. La NFL promete “una celebración de la influencia global de la música estadounidense”. Queda por ver si el público estará de acuerdo.
Al final, la presión corporativa se topó con el poder del consumidor. El resultado reveló una dinámica cambiante en el mundo del entretenimiento. Los patrocinios del Super Bowl podrían no volver a ser los mismos. El partido comienza en febrero. Hasta entonces, el debate sobre el medio tiempo seguirá acaparando los titulares.