«NO SE LO MERECE». Valentino Rossi provocó indignación al usar palabras insultantes dirigidas directamente a Marc Márquez y su familia en la ceremonia de entrega de premios del campeonato de MotoGP de 2025. Sin embargo, con tan solo ocho palabras, el piloto de Ducati acalló a todos.

El circuito de Valencia, bañado por los tonos dorados de una puesta de sol mediterránea, se transformó en un gran escenario para los Premios MotoGP 2025. Miles de aficionados se reunieron bajo el cielo abierto y sus vítores resonaron en las gradas. Marc Márquez, el recién coronado campeón, se mantuvo erguido, con su Ducati roja brillando bajo los focos. Sin embargo, detrás de la celebración se escondían sombras de viejas rivalidades, listas para estallar en controversia.
A medida que se desarrollaba la ceremonia, las pantallas parpadeaban con lo más destacado de los momentos más emocionantes de la temporada. La multitud rugió pidiendo adelantamientos atrevidos y podios. Luego, apareció un montaje de leyendas de MotoGP, en honor al pasado histórico de este deporte. Las imágenes de Giacomo Agostini, Kevin Schwantz y Casey Stoner provocaron aplausos. Pero cuando el rostro de Valentino Rossi llenó la exhibición, una ola de abucheos estrelló el lugar como un trueno.
El no triple campeón del mundo, ausente del evento, se convirtió en el objetivo involuntario. Los silbidos perforaron el aire cada vez que se jugaban sus mejores momentos, un claro recordatorio del choque de Sepang de 2015 que marcó al deporte. Los fanáticos, aún guardando rencor por esa infame patada en la pierna, desataron su furia reprimida. Las redes sociales se encendieron instantáneamente, con hashtags como #RossiBoos que fueron tendencia en todo el mundo. Los comentaristas de las transmisiones en vivo intercambiaron miradas inquietas y la atmósfera se volvió más espesa y tensa.

Valentino Rossi, que ahora dirige su equipo VR46 desde la barrera, había sido durante mucho tiempo una figura polarizadora. Su retiro en 2009 como nueve veces campeón lo describió como intocable. Sin embargo, la hazaña igualadora de Márquez en 2025 reabrió las heridas. Las sutiles indagaciones de Rossi a lo largo del año (entrevistas que cuestionaban la “suerte” de Márquez en los accidentes, los gestos de celebración de su séquito después del derrame de Márquez en Misano) alimentaron el fuego. Los críticos argumentaron que la mezquindad de Rossi erosionó su legado, convirtiendo la admiración en desdén.
Los abucheos se intensificaron durante un segmento del programa “Legends’ Dinner” de Misano. La risa de Rossi en imágenes de archivo provocó burlas, ahogando las palabras del maestro de ceremonias. Los organizadores se movieron incómodos, pero el daño ya estaba hecho. Los medios italianos lo denunciaron como “fanatismo desbocado”, mientras que los medios españoles lo enmarcaron como una venganza kármica. Un fan, entrevistado en el lugar, gritó: “Él comenzó este odio, ¡ahora lo cosecha!”. La división entre los leales a Rossi y los partidarios de Márquez nunca se había sentido tan profunda.
Márquez, recién salido de una operación por una lesión en el hombro sufrida en Indonesia, subió cojeando al escenario para recoger su Premio Agostini Fan. La ovación de la multitud fue ensordecedora, en marcado contraste con la hostilidad anterior. Agarrando el trofeo, hizo una pausa, micrófono en mano. Sus ojos escanearon el mar de caras, algunas todavía murmurando por los abucheos. En ese silencio eléctrico, Márquez eligió la gracia sobre la gloria, su voz firme y clara.
“Me gustaría decir: respeto a todos”, comenzó Márquez, sus palabras cortaron los murmullos. “Esto es lo más importante porque estamos luchando contra muchos de ellos”. Ocho palabras, pronunciadas con tranquila autoridad, flotaron en el aire. El estadio quedó en completo silencio y los ecos de los abucheos se desvanecieron como humo. Los fanáticos intercambiaron miradas, algunos asintieron tímidamente, otros aplaudieron la madurez inesperada.

Esas simples palabras cargaron el peso del viaje de Márquez. Desde idolatrar a Rossi cuando era adolescente hasta soportar las consecuencias de 2015, había capeado tormentas de dudas y lesiones. Su redención en 2025 (siete títulos de MotoGP que ahora igualan los de Rossi) hablaba más que cualquier réplica. Sin embargo, aquí estaba él, defendiendo a su rival más feroz, elevando el deporte por encima de las cicatrices personales. Los conocedores del Paddock susurraron que Márquez había ensayado la frase, anticipando la fealdad.
El impacto se extendió hacia afuera. Los responsables de Dorna dieron un suspiro de alivio: la ceremonia se salvó de un posible escándalo. Rossi, que vigilaba desde lejos, habría enviado un mensaje privado de agradecimiento, aunque la reconciliación pública sigue siendo difícil de alcanzar. El hermano de Márquez, Álex, observando desde las bastidores, sonrió con orgullo. “Ese es Marc”, dijo más tarde. “Él gana levantando a todos, no derribando”.
Las redes sociales cambiaron en un instante. Las publicaciones que elogiaban el “acto con clase” de Márquez inundaron las líneas de tiempo, eclipsando los abucheos. El periodista italiano Alessio Piana tuiteó: “Desde silbidos condenables hasta palabras encomiables, Márquez silencia la división”. Incluso los más acérrimos de Rossi admitieron el punto, y uno admitió: “El Doctor construyó la rivalidad, pero 93 la terminó con dignidad”.

Cuando Márquez develó la renovada Torre de los Campeones, un reluciente monumento a los grandes de MotoGP, la multitud coreó su nombre al unísono. Colocó su placa junto a la de Rossi, una tregua simbólica grabada en acero. El gesto subrayó el giro de la noche: del veneno al valor, del odio a la curación. El concierto de clausura de Daddy Yankee palpitó con energía, pero el verdadero ritmo lo marcó el aplomo de Márquez.
Tras la ceremonia, Márquez dijo a los periodistas: “Rossi me formó, para bien y para mal. El respeto no es debilidad, es la carrera que todos corremos”. Su filosofía resonó en el paddock, donde corredores como Pecco Bagnaia y Joan Mir asintieron con la cabeza. Los premios de 2025, destinados a coronar a un campeón, coronaron en cambio la madurez, demostrando el poder silencioso del espíritu deportivo.
En el panorama más amplio de MotoGP, este momento marca un punto de inflexión. A medida que se acerca el 2026 con bicicletas eléctricas y caras nuevas, los fantasmas de la vieja guardia se desvanecen. Márquez, a sus 32 años, aspira a conseguir su décimo título, pero su legado ahora incluye superar divisiones. Rossi, que compite en series de resistencia, podría reflexionar sobre cómo mejorar las relaciones. La afición, ya no dividida, deja a Valencia unida y asombrada.
La polémica, nacida de abucheos, no termina en ecos sino en ocho palabras que imponen el silencio. Márquez no sólo ganó un campeonato: recuperó el alma del deporte. En un mundo que se divide rápidamente, su llamado al respeto nos recuerda: los verdaderos campeones construyen puentes, incluso sobre abismos que ellos mismos han creado. A medida que los motores aceleran para las pruebas de mañana, el rugido se siente renovado y armonioso.